Adiós, Pamela Jiles
- Alvaro Bisama, La Tercera
- 22 ago 2017
- 3 Min. de lectura
Pamela Jiles dejó Primer plano para ser diputada. Va por el Frente Amplio. Dice que Beatriz Sánchez se lo pidió. En el Frente aún no decide del todo si quieren que ella vaya con ellos. El Partido Humanista sí. La proclamaron el viernes. El Partido Poder se niega. No quiere. Compite contra Karina Oliva, presidenta de la agrupación. También va contra Camila Vallejos. Y contra Miguel Crispi, uno de los que se salió del gobierno de Bachelet cuando Revolución Democrática consiguió el estatus de partido político. Es una elección divertida. No hay forma de que no se saquen los ojos, que no se maten a cuchilladas.
Pero Jiles viene de vuelta. Lleva un par de años en CHV haciéndolo increíble, sobre todo cuando hizo dupla con Claudia Schmidt. El viernes el programa cerró con nota emotiva de despedida. Francisca García-Huidobro abrió su corazón y contó cómo había aprendido a querer a Jiles, en quien antes no confiaba. Julio César Rodríguez trajo a su perra Blanca al set. Antes, el programa había estado lo suficientemente trash como para que aquello luciese como algo tierno: habían cubierto la disputa entre el hijo de DJ Méndez y un ex novio que lo había estafado al colocarlo como responsable de pagarle el arancel de la universidad. El diálogo fue extraño y delirante. En otros canales daban la vida de Lady Di, Morandé con Compañía y el viernes por la noche parecía lo de siempre, una embutido delirante que el espectador agradece como cierre de la semana.

Jiles apenas habló. Sus intervenciones fueron escuetas pero precisas. No tenía sentido quizás. Su silencio era el mejor adiós. Ahora entra en la política, aunque eso en realidad es una falacia. Jiles nunca abandonó la política. Esa era su gracia, lo que en la tele siempre le dio ventaja y altura moral. De hecho, adaptó su propia leyenda en torno a esa idea; que era la de alguien que parecía venir de vuelta del desierto de lo real (había estado en los años de la dictadura en Análisis y luego en TVN) para internarse en la ilusión del espectáculo. Pero era una trampa: Jiles siempre leyó a la farándula en clave, al modo de una cultura que permitía comprender el Chile del nuevo siglo. De este modo, era interesante verla. Jiles siempre hablaba con una ironía que en realidad era una forma de la memoria. Observar la vida de las celebridades locales era algo que ella hacía con un goce que muchas veces trataba de disimular pero que el espectador reconocía de inmediato. Para Jiles aquel mundo era un campo de tensiones simbólicas, algo tan maravilloso como estúpido, tan dramático como fútil. Ese era su juego, lo que la volvió una celebridad molesta, extraña y a veces inquisitorial. Por lo mismo, va a ser interesante ver lo que suceda en el camino, si finalmente llega a ir como candidata: ¿con qué máscaras se va a encontrar?¿Cuál es la distancia real entre la farándula y la política?¿Hay alguna distancia? Estos días, el signo de los tiempos está de su lado: Cathy Barriga y René de la Vega son alcaldes; dos candidatos presidenciales fueron antes presentadores de TV y un tercero (Piñera) tuvo como enemigos a Kramer, Bielsa y Camiroaga cuando fue presidente. Porque Jiles no tendría que haberse ido del programa. No tenía sentido. Ahora que la política y la farándula son lo mismo, Primer plano pudo haberse convertido en un espacio más interesante que muchos de los programas de debate que los canales esgrimen para demostrar que tienen una línea editorial preocupada por los problemas de la sociedad. Mal que mal, Jiles comprendió que la frivolidad era una ideología y para eso supo leer a la banalidad de la farándula como un colección de metáforas diarias sobre la cultura. Mientras, construyó un personaje hecho por partes iguales de hastío y entusiasmo, de desdén y compasión, de excentricidad y sentido común. Ese personaje era extraño pero también profundamente cercano, un avatar complejo que había que mirar con cuidado. Sin ella, Primer plano ya no será lo mismo; algunos la extrañaremos por eso.
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